Primer viaje de Mungo Park II

Mumbo Jumbo. Ilustración para La historia natural del hombre de JG Wood (George Routledge, 1868).
Mumbo Jumbo elige a la mujer culpable, 1811
Ilustración del ritual Mumbo Jumbo, según la narración de Mungo Park, J. Williamson, s/f
 Ilustración para Viajes al interior de África de Mungo Park (Adan y Charles Black, 1860)
Representación de Mumbo Jumbo, finales del siglo XVIII
Reconstrucción de Mumbo Jumbo de finales del siglo XIX en un pueblo mandingo. Fuente: NYPL
Mumbo Jumbo. Fuente: Biblioteca Pública de Nueva York
La Danza del Mumbo-Jumbo, según los viajes de Mungo Park, de Una Historia de las Costumbres de J. Ferrario, c.1820
Caricatura utilizando la imagen de Mumbo Jumbo. El Papa amenaza a Napoleón III con la excomunión, sin conseguir asustar al emperador, c. 1860
Ritual Mumbo Jumbo por la noche en una aldea. Escenas de África occidental, 1820

El día 8 de diciembre de 1795, Mungo Park llegó a una población llamada Kolor. Cerca de la entrada, colgaba de un árbol un traje de mascarada hecho con cortezas de árboles. Cuando preguntó qué era aquello, le contestaron: ¡Mumbo Jumbo!

Aquella misma noche pudo comprobar su utilidad. Sucedió que en una de las chozas se había formado un gran griterío, las mujeres de un nativo discutían entre sí. El marido intentó mediar y salió escaldado. Al ver que no podía controlar la situación pidió la intervención de Mumbo Jumbo.

Aquel hombre, una vez que había oscurecido, descolgó aquel disfraz, se armó con una vara y se escondió en un bosque cercano. Desde allí, avanzada la noche, comenzó a dar unos gritos espeluznantes, que anunciaban su llegada.

La gente del pueblo se reunió alrededor del bentang; el lugar donde los negros resolvían sus asuntos, a la sombra de un árbol grande y sagrado, rodeado de un círculo formado por cañas. También, escribió Mungo, suelen reunirse los perezosos e indolentes a fumar en pipa. Allí apareció Mumbo Jumbo a medianoche. Aquel espantajo convertido en juez señalaba a la culpable, que era arrestada, atada a un poste y azotada desnuda con la vara. A Mungo le sorprendió comprobar que quienes más gritaban en contra de la víctima eran las otras mujeres.

El marroquí, Mariano Fortuny, 1869

Árabes cruzando el desierto, Jean-Leon Jerome, 1870

Árabes cazando halcones,  Eugène FROMENTIN

Moros a caballo, ca. 1854-74., Mariano Fortuny

Campamento beduino de Giulio Rosati

Campamento árabe, Mariano Fortuny, c 1862

Un campamento árabe al atardecer, Hermann David Salomón Corrodi
Saada, esposa de Abraham Ben-Shimola y Presiada, una de las hijas. Eugene Delacroix, 1832
Ilustración de una edición italiana del libro de Mungo Park
Ilustración de la primera edición del libro de Mungo Park, 1799

Rutas de los dos viajes de Mungo Park

En una aldea llamada Sami, cuando Mungo Park pensaba que todo el peligro había pasado y fantaseaba con estar a orillas del río Níger, un grupo de moros irrumpió en la choza donde se encontraba y disipó su sueño dorado. Venían por orden de Alí para llevarle a su campamento en Benowm, pacíficamente o por la fuerza. Trataron de calmar sus temores asegurando que su visita se debía a la curiosidad de Fátima, la esposa de Alí, quien había oído tanto acerca de los cristianos que estaba ansiosa por ver uno.

Terminaron de urdir el engaño diciéndole que tan pronto como su curiosidad fuera satisfecha, Alí le daría un hermoso regalo y enviaría a una persona para que le condujera hasta Bambara. Retrocedieron el camino hasta Dina, donde fue a presentar sus respetos a uno de los hijos de Alí. Lo encontró sentado en una choza con varios compañeros, lavándose manos y pies, y haciendo gárgaras. Al verle, le entregó una pistola de dos cañones y le pidió que tiñera la culata de azul y reparara uno de los cierres. Al responder Mungo que no sabía hacerlo y su sirviente Demba se lo tradujo, agarró un mosquete, lo amartilló y puso el cañón cerca de la oreja del muchacho. Lo habría matado, si los otros moros no le hubieran arrebatado el mosquete a tiempo.

Benowm no era más que un campamento abarrotado de tiendas de aspecto sucio, esparcidas sin orden y rodeadas de grandes rebaños de camellos, vacas y cabras. Tan pronto como llegó Mungo, se vio rodeado por una multitud. Uno le tiró de la ropa, otro le quitó el sombrero, un tercero examinó los botones de su chaleco, y un cuarto gritó: «La ilah il Allah Muhammad rasool allah» ―No hay más que un solo Dios, y Mahoma es su Profeta―, y le indicó, de manera amenazante, que debía repetir esas palabras.

Cabeza de un árabe, John Singer Sargent, 1891
Viejo hombre en turbante blanco, John Singer Sargent, 1891
EUGÈNE FROMENTIN, TORMENTA DE VIENTO EN LAS LLANURAS DE ESPARTO DEL SAHARA , 1864.
Un mercado de esclavos en El Cairo. Dibujo de David Roberts , hacia 1848.

Jean-Léon Gérôme - Reclutas egipcios cruzando el desierto (1857)
Retrato de Besharah, de la tribu Beni Said. Litografía en color de Louis Haghe según David Roberts, 1849.
Mujeres de Argel en su apartamento (1834) de Eugène Delacroix
Mungo Park enseñando los pies, ilustración para Chatterbox (1868)
ilustración para Look and Learn (1973). Angus McBride
Mungo Park, ilustración de Viajes a las regiones interiores de África, ed. 1893

Por fin llegó a la tienda del rey, donde había congregada gran cantidad de hombres y mujeres. Alí estaba sentado en un cojín de cuero negro, recortándose el bigote, mientras una sirvienta sostenía un espejo delante de él. Parecía un anciano, con una larga barba blanca, y tenía un aspecto hosco e indignado. Le miró con atención y, al saber que Mungo Park no hablaba árabe, se mostró sorprendido y quedó en silencio.

Mientras, las moras le hicieron preguntas, inspeccionaron su ropa, registraron sus bolsillos, y le obligaron a desabotonarse el chaleco y mostrar su piel blanca; incluso le contaron los dedos de pies y manos, como si creyeran que fuera de otra especie.

El intérprete le informó que Alí le ofrecía algo para comer; y unos muchachos trajeron un cerdo salvaje, que ataron a una cuerda de la tienda. Alí le hizo señas para que lo matara y lo preparara para su cena. Conociendo que los moros detestan este animal, negó que él comiera su carne, aunque estaba hambriento. Luego lo desataron, con la esperanza de que lo embistiera, pues creen que los cerdos odian a los cristianos, pero se llevaron un buen chasco: apenas el animal quedó libre, comenzó a atacar a toda persona que se cruzaba en su camino, originando una buena barahúnda.

Enrique Simonet, “El barbero del zoco”, 1897
El curandero de Franz Anton Maulbertsch (c. 1785) muestra a los cirujanos barberos trabajando
Enrique VIII y los cirujanos barberos (1543), de Hans Holbein el Joven . Los barberos y cirujanos de Londres se unieron en una sola comunidad en 1540, para separarse nuevamente en 1745.
Tablas anatómicas del maestro John Banister , con figuras. Las pinturas comprenden un retrato de Banister dando una conferencia visceral en el Barber-Surgeons' Hall , Monkwell Street, Londres. C. 1580
“Sacar los dientes” (pintura de Johann Liss , siglo XVII, Museo de Bellas Artes, Budapest) según un grabado de Lucas van Leyden , 1523
James Gillray : El derramamiento de sangre (alrededor de 1805)

Conjunto de sangría de un barbero, principios del siglo XIX, Museo Märkisches de Berlín
Mungo Park, empleado como barbero por el Emir Ali (litografía en color), Williamson, J., c. 1910

Brújulas de finales del XVIII

Un día, Alí obligó a Mungo a afeitar la cabeza del joven príncipe de Ludamar. Se sentó en la arena y el niño, titubeante, se puso a su lado. Le dieron una navaja corta y le ordenó que comenzara la tarea. Nada más empezar, hizo una pequeña incisión en la cabeza del niño ―difícil pensar que fuera por falta de pericia, siendo cirujano―. El caso es que el rey concluyó que la cabeza de su hijo no estaba en buenas manos, y le pidió que renunciara a la navaja y saliera de la tienda. Park se sintió aliviado, pues consideraba que cuanto más inútil les pareciera, más posibilidades tendría de quedar libre.

Aunque el calor y el polvo hacían necesario disponer de ropa blanca limpia, no le dejaron ni una sola camisa. Decepcionado por no encontrar entre sus efectos bienes de gran valor, Alí mandó registrar su choza y la ropa que llevaba puesta. Los emisarios, con su rudeza habitual, le despojaron de todo el oro y el ámbar que tenía escondido entre sus prendas, su reloj y una de sus brújulas de bolsillo; afortunadamente, la noche anterior había enterrado otra brújula en la arena. El oro y el ámbar complacieron la avaricia de Alí, pero la brújula le provocó una curiosidad supersticiosa. Le dio varias vueltas y, observando que la aguja apuntaba siempre en la misma dirección, preguntó: «¿Por qué ese trozo de hierro apunta siempre hacia el Gran Desierto?». Mungo no quiso dar pistas de su utilidad, pero si hubiera alegado ignorancia, Alí habría sospechado que ocultaba la verdad. ¿Cuál fue su respuesta? Que su madre residía más allá de las arenas del Sahara y que, mientras estuviera viva, aquella pieza de hierro señalaría ese camino, y le serviría de guía para conducirle hacia ella, y que, si ella estaba muerta, le indicaría su tumba.
Una recién llegada de Giulio Rosati, escena en que los eunucos inspeccionan una nueva mujer en el harén
Odalisca con esclavo, Jean Auguste Dominique Ingres, 1840 (Museo Walters de Baltimore)
Selección de la favorita de Giulio Rosati
Bailando en el harén, Giulio Rosati (finales del siglo xix )
El harén del palacio de Gustave Boulanger
Los baños del harén de Jean-Léon Gérôme, 1876
Escena del Harem de Fernand Cormon, c. 1877
Escena en un harén, de Francesco Guardi, c. 1742
La recepción, John Frederick Lewis, 1873
Théodore Chassériau – Harén (1851)

Una noche, el hijo de Alí fue a visitarle. Preocupado, le dijo que su tío había convencido a su padre para que le arrancara los ojos, porque parecían los de un gato, pero no lo haría hasta que la reina lo viera. Al día siguiente, Mungo fue a ver a Alí y le pidió permiso para volver a Djarra. El rey le contestó que después de que su esposa volviera, quedaría libre. Como era difícil escapar en esa época del año, con tanto calor y tan poca agua, decidió esperar hasta que llegaran las lluvias. De los ojos de gato no hablaron.

La curiosidad de las moras le había molestado desde su llegada a Benowm. Un grupo de ellas entró en su choza y quisieron comprobar si los nazarenos estaban circuncidados. Mungo lo tomó a broma y les propuso que, como en su tierra no era costumbre mostrar sus vergüenzas ante tanta mujer hermosa, se fueran todas excepto una. Les hizo gracia la idea y salieron. Se quedó en la choza la más joven y bella, pero no se atrevió a hacer tal inspección.

Al poco tiempo, Alí quiso presentarle algunas de sus mujeres. Le dijo que se pusiera la casaca, porque los calzones de nanquín le parecían indecentes. Visitaron las tiendas de cuatro mujeres increíblemente gordas. Mostraron curiosidad por su pelo y por su piel, pero ponían cara de desprecio. Según Park, aquellos moros tenían ideas extrañas sobre la belleza femenina. Corpulencia y belleza eran lo mismo. Una mujer de aspiraciones medianas no podía caminar sin un esclavo debajo de cada brazo para sostenerla; y la beldad perfecta debía pesar la carga de un camello. Para lograrlo, las madres obligaban a sus hijas a devorar gran cantidad de cuscús y leche de camella todas las mañanas; si era necesario, a golpes.

El banquete de Tántalo, Hugues Taraval, 1766
Tántalo, Anónimo (Imitación de: Ribera, José de), siglo XVII.
t
Tántalo (detalle), Gioacchino Assereto, 1630-1640
Tántalo, escuela de Cravaggio, s. XVII
Tántalo de Goya, serie Los Caprichos, 1799
HENDRIK GOLTZIUS, DESPUÉS DE CORNELIS CORNELISZ VAN HAARLEM. Tántalo. Fecha: 1588.
Tántalo condenado en el lago, Bloemaert II, Cornelis, c. 1630-1638
Ilustración, Mungo Park compartiendo el agua de un abrevadero, Viajes al interior de África
 
Cuando llegaron a un nuevo asentamiento, el calor era aún más insoportable y la naturaleza parecía desvanecerse. A lo lejos, no se veía más que una lúgubre e interminable extensión de arena, con algunos árboles raquíticos y arbustos espinosos, a cuya sombra vacas, camellos y cabras lamían la hierba marchita. La escasez de agua era mayor que en Benowm. Día y noche los pozos estaban repletos de ganado, mugiendo y peleándose por meter el hocico en los abrevaderos: la sed enfurecía a muchos de ellos, y los más débiles trataban de saciar su sed devorando con avidez el barro de las canaletas de los pozos.

La situación de Mungo Park y de sus ayudantes empeoró, pues cuando su criado intentaba llenar su odre de agua en los pozos, recibía una paliza de los moros: ¡No aceptaban que el esclavo de un cristiano intentara sacar agua de unos pozos excavados por los seguidores del Profeta! Este trato cruel acabó por asustar al muchacho, que hubiera preferido morir de sed a intentarlo de nuevo; y se contentó con mendigar agua a los esclavos negros. Park pretendió seguir su ejemplo; pero, aunque insistió en sus peticiones, apenas fue abastecido, y al llegar la noche sintió que estaba sufriendo el mismo castigo de Tántalo.

Tántalo, después de muerto, fue condenado a pasar la eternidad en el tártaro, la parte más profunda del inframundo, al lado de una alberca cuya agua retrocedía cuando intentaba beber y debajo de un árbol cargado de fruta que le rehuía al intentar tomarla. Había cometido crímenes horribles: reveló secretos de los dioses, robó néctar y ambrosía, raptó a Ganímedes, escondió el mastín de oro que cuidaba al recién nacido Zeus y descuartizó a su hijo Pélope, coció sus miembros y se los sirvió a los dioses.

Mercado de esclavos del siglo XIII en Yemen. Una de las paradojas de las reformas humanitarias introducidas por el Islam resultaron en un vasto desarrollo de la trata de esclavos: los mandatos contra la esclavización de los musulmanes llevaron a la importación masiva de esclavos del exterior
Bilal ibn Rabah (en lo alto de la Kaaba) fue un esclavo etíope, emancipado por instrucciones de Mahoma, y ​​designado por él como el primer muecín. Los propagadores del Islam en África a menudo revelaron una actitud cautelosa hacia el proselitismo debido a su efecto en la reducción de la reserva potencial de esclavos
Mercado de esclavos en El Cairo, Maurycy Gottlieb, 1877
"Las mártires búlgaras", pintura de 1877 del pintor ruso Konstantin Makovsky, que representa la violación de mujeres búlgaras por bashi-bazouks otomanos. Según la ley Sharia, los creyentes de diferentes religiones no eran iguales en derechos a los musulmanes y podían ser esclavizados 
Grabado del siglo XIX que representa una caravana árabe de comercio de esclavos que transportaba esclavos africanos negros a través del Sahara hasta el norte de África. Se estima que el número total de esclavos negros trasladados desde el África subsahariana al mundo árabe oscila entre 6 y 10 millones, y las rutas comerciales transaharianas transportaron la mayoría de ellos, desde mediados del siglo VII hasta el siglo XX
Manera en que los prisioneros cristianos son vendidos como esclavos en el mercado de Argel. Grabado holandés de 1684
El dolor y la esperanza del Sudán egipcio, Charles R. Watson, 1913
Mercado de esclavos en Jartum, Sudán, c. 1876.
Esclava Shiluk (Sudán) por Élisée Reclus, junio de 1891
Castigo de un joven esclavo por una ofensa cometida por su amo árabe del Sultanato de Zanzíbar, c. 1890.

«El chico y todas tus pertenencias, a excepción de tu caballo, regresan», le dijo un mensajero de Alí a Mungo Park. Se refería a Demba, el criado joven que había demostrado su fidelidad en los momentos más delicados le daba a entender que Alí sería su nuevo amo.

Mungo intentó en vano convencer a Alí de que Demba ya no era un esclavo, que se había ganado con creces su libertad, tal y como se lo había prometido el Dr. Laidley al comenzar el viaje; y que aquel acto era el colmo de la crueldad y de la injusticia. Alí no le respondió, pero con aire altivo y sonrisa maligna, le dijo que, si no montaba su caballo de inmediato, le enviaría a él también de regreso.

«En vano esperar un gesto de humanidad de personas ajenas a sus dictados», escribió Park. Después de estrechar la mano de Demba y «mezclar sus lágrimas» con las de él, le aseguró que haría todo lo posible por redimirlo. Aunque lo intentó en dos ocasiones, después de verlo marchar conducido por tres esclavos de Alí hacia Bubaker, no supo más de Demba.


Mujer bambara, David Boilat,1853
Escriba bambara, 1885
Mujer bambara, Maurice Delafosse, 1914
Guerrero bambara, 1885
Jóvenes bambaras, 1890
Cazador bambara, 1894
Griots y tam-tam bambaras, 1901
Danza bambara, 1901
Chicas bambaras, 1901
Interior de una choza bambara, 1890

Además de perder a Demba, su ayudante Johnson se negaba a continuar; prefería perder su salario antes que seguir más lejos. Le habían ofrecido la mitad del precio de un esclavo si ayudaba a guiar una cáfila de esclavos hasta Gambia, y quiso aprovechar la oportunidad de regresar con su esposa y su familia.

Mungo Park debía tomar una determinación antes de que comenzara la estación de las lluvias. Su situación se había vuelto alarmante: si continuaba allí, sería víctima de la barbarie de los moros; si partía solo, tendría que afrontar grandes dificultades, sin intérprete ni medios para sobrevivir. Volver a Inglaterra sin cumplir su misión le resultaba inaceptable. Decidió aprovechar la primera oportunidad de escapar y dirigirse hacia Bambara, en cuanto cayeran las primeras gotas y tuviera la certeza de encontrar agua en los bosques.

Al amanecer, Johnson, que había estado escuchando a los centinelas toda la noche, le susurró que estaban dormidos. Había llegado el momento de saborear la bendición de la libertad o languidecer sus días en cautiverio. Un sudor frío humedeció su frente mientras pensaba en la terrible alternativa, y supo que, de una forma u otra, su destino debía decidirse en el transcurso del día. Pero deliberar era perder la única oportunidad de escapar. Así que, tomando sus bultos, pasó suavemente por encima de los negros que dormían al aire libre, y después de montar su caballo, se despidió de Johnson, pidiéndole que cuidara los papeles que le había confiado, e informara a sus amigos de Gambia que le había dejado con buena salud camino de Bambara.

Jinete árabe, Eugene Delacroix, 1851
Jinete árabe, Eugene Delacroix, 1854
Jinete árabe galopando, Eugene Delacroix, 1850


Jinetes árabes, Giulio Rosati, finales del XIX y principios del XX
Jinetes árabes, Adolf Schreyer, 1863
Jinetes árabes, Adolf Schreyer, sin fecha
Jinetes árabes, Adolf Schreyer, sin fecha
Ilustración de la escena descrita de Mungo Park, J. Williamson, sin fecha

Park anduvo con cautela, vigilando cada matorral, escuchando y mirando hacia atrás, hasta que estuvo a una milla del pueblo, cerca de un redil; cuyos pastores le ahuyentaron, tirándole piedras. Cuando estuvo fuera de su alcance y albergaba la esperanza de haber escapado, oyó que alguien gritaba detrás de él, y vio a tres moros a caballo que se acercaban a galope tendido, blandiendo sus mosquetes. En vano pensar en escapar, por lo que se dio la vuelta y fue a su encuentro. Dos de ellos agarraron las bridas de su caballo, mientras el tercero, presentando su arma, le dijo que debía regresar con Alí.

Cuando la mente ha fluctuado durante algún tiempo entre la esperanza y la desesperación, reflexionó, atormentada por la ansiedad, proporciona un sombrío alivio saber lo peor que podía suceder. Tal era su situación, antes de que se produjera un cambio inesperado.

Uno de los moros le ordenó desatar su fardo y mostrarle el contenido. Una vez examinado, no encontraron nada que valiera la pena, excepto su apreciada capa, que le había resguardado de la lluvia y de los mosquitos. Uno de ellos se la quitó, se envolvió con ella y, con otro de sus compañeros, se alejó con su premio. Cuando intentó seguirlos, el tercero golpeó a su caballo en la cabeza y, apuntándole con su mosquete, le dijo que no se le ocurriera seguir adelante.

Se dio cuenta de que estos hombres no habían sido enviados para detenerle, sino que le habían perseguido con el fin de robarle y saquearle. Volviendo la cabeza de su caballo una vez más hacia el este, y viendo que el moro seguía las huellas de sus compinches, se alegró de haber escapado con vida de aquella horda de bárbaros.

Un viento de arena en el desierto de George Francis Lyon (1795-1832), 1821
Hermann David Salomon Corrodi (1844-1905), caravana de camellos en una tormenta de arena

Hombres en camello en el desierto, d.1905, Augustus Osborne Lamplough (1877-1930)
Fotografía de Paul Gunter, c. 1907

Fotografía de Mary Morgan Keipp (1875-1961)
Mujeres africanas hilando, principios del XX

Mujer cocinando, Tilly Willis, 2004
Praparando Couscous, René Tourniol, d 1900

Ilustraciones antiguas de los libros de Mungo Park sobre lo descrito aquí.

No le duró mucho la euforia de sentirse en libertad. La sed era insoportable, tenía la boca reseca e inflamada; sufría súbitas sombras en sus ojos y síntomas de desmayo. Una lúgubre uniformidad de arbustos y arena le rodeaba por todas partes, y el horizonte se vislumbraba plano e infinito como el mar. En pocos días perdió la esperanza de sobrevivir.

Al ver su caballo fatigado, Mungo le quitó la brida y lo dejó libre. Cayó desfallecido sobre la arena y sintió cercana la hora de la muerte: «Aquí, pues», pensó, «después de una breve e ineficaz lucha, terminan todas mis esperanzas de ser útil a mi época». Toda una declaración de intenciones, convencido de la trascendencia de su misión para el imperio. Mientras reflexionaba sobre el terrible cambio que estaba a punto de experimentar, perdió el conocimiento. La naturaleza, sin embargo, obró el milagro y recobró el sentido al oscurecer. Decidió hacer otro esfuerzo y caminar tan lejos como sus piernas le llevaran, con la esperanza de encontrar agua.

Una tormenta trajo ventiscas de arena, pero también la ansiada lluvia. Cuando el viento amainó, extendió su ropa sobre el suelo y pudo apagar su sed escurriéndola. Más adelante encontró unas charcas lodosas y poco profundas, en las que bebieron él y su caballo. A unas millas de allí, encontró a una hilandera que le ofreció un plato de cuscús en su humilde choza. Se encontraba a las afueras de una aldea fulani amurallada, cuyo dooty le había negado el acceso. Desiguales fueron las muestras de hospitalidad que recibió camino de Segú, desde un trago de agua a un puñado de harina o una auténtica vitualla, casi siempre ofrecidas por los más humildes. En un caso le costó dejarse cortar un mechón de cabello, pues el nativo estaba convencido de que su pelo le infundiría la ciencia del hombre blanco.

Maternidad
Amanecer
Río Níger
La luna y el río
Lavanderas
Pinaza
Día de mercado
Obras de Irene López de Castro. Si estáis interesados en el libro @memoriasdelrioniger de @Irenelopezdecastroart o en sus cuadros (o reproducciones de alta calidad), podéis contactarla en: https://irenelopezdecastro.com/contacto/?lang=es
Primera visión del Níger
Ilustraciones de Williamson, 1910
Después de bañarse en el río, 1810
Ilustraciones de distintas ediciones de "Viaje a las regiones interiores de África", de Mungo Park

A una jornada del río Níger, se alojó en un pequeño pueblo, donde consiguió algunos víveres y maíz para su caballo a cambio de un botón de su casaca. Las puertas de la aldea se cerraron tras la puesta del sol, y nadie le permitió salir por miedo a los leones. La idea de ver por primera vez las aguas del Níger y el zumbido de los mosquitos le impidieron dormir. Al día siguiente, encontró los caminos abarrotados de comerciantes, pues era un día de mercado en Segú. Cuando se acercaba a la ciudad atravesando un terreno pantanoso, uno de sus acompañantes gritó «¡Geo affille!» ― ¡Mira el agua!― y, ante sus ojos apareció el gran objetivo de su misión: «el majestuoso Níger largamente buscado, resplandeciente bajo el sol de la mañana, tan ancho como el Támesis en Westminster, y fluyendo lentamente hacia el este». Se apresuró hasta la orilla, bebió agua del río y rezó en agradecimiento por haber culminado sus esfuerzos con éxito.

Eugenio Zampighi, Una mano amiga (fecha desconocida)
Albert Anker, La reina Bertha y las hilanderas (1888)
Léon-François Bénouville, Juana de Arco escuchando voces mientras hila, c. 1850
Gustave Courbet, La hilandera durmiente (1853)
Thomas Eakins, In Grandmother's Time (1876)
Léon Augustin Lhermitte, La hilandera (fecha desconocida)
Francisco Pradilla Ortiz, La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina, 1906
Henry Ossawa Tanner, Spinning By Firelight – The Boyhood of George Washington Gray (1894)
Maarten van Heemskerck, Retrato de una dama hilando (c 1531)
Ilustración de las primeras ediciones del libro de Mungo Park, principios de 1800s

Cuando llegó al embarcadero, con idea de cruzar a la parte de la ciudad donde residía el rey Mansong, encontró una muchedumbre esperando que le miraron con asombro. No pudo obtener un pasaje y se sentó en la orilla del río. Esperó más de dos horas, y durante ese tiempo la gente que había cruzado había informado al rey que un hombre blanco estaba esperando al otro lado del río para visitarlo. De inmediato, Mansong envió a uno de sus hombres principales para decirle que no podría verle hasta saber qué le había traído a su país; y que no debía cruzar el río sin su permiso. Le aconsejó que se alojara en una aldea distante, y dijo que por la mañana le daría instrucciones.

Partió hacia aquella aldea, donde despertó asombro y recelo; nadie le admitió en su casa y se vio obligado a pasar el día sentado, sin víveres, a la sombra de un árbol. Por la noche se levantó el viento y el cielo amenazaba lluvia; las fieras merodeaban en los alrededores y hubiera necesitado trepar a un árbol y descansar entre sus ramas. Sin embargo, hacia la puesta del sol, una mujer que volvía de trabajar en el campo se interesó por él, al verle cansado y abatido; le escuchó compasiva, tomó su silla y su brida, y le dijo que la siguiera hasta su choza; allí encendió una lámpara, extendió una estera en el suelo y, poco después, le llevó un pescado cocinado en las brasas. Las mujeres de su familia, que habían permanecido mirándole con asombro, continuaron hilando algodón el resto de la noche. Para aliviar su trabajo cantaban y, en un momento dado, una de las jóvenes improvisó una canción, de melodía dulce y quejumbrosa:

Los vientos rugían y caía la lluvia. El pobre hombre blanco, débil y cansado, vino y se sentó debajo de nuestro árbol. No tiene madre que le traiga leche, ni esposa que le muela su maíz.

Tengamos piedad del hombre blanco, que no tiene madre ―todas cantaron el estribillo del coro.

Thomas Gainsborough Lady Georgiana Cavendish, 1785
Una joven Georgiana Spencer con su madre, Margaret Georgiana Spencer, por Sir Joshua Reynolds, c. 1760
Con sus hermanos Henrietta y George, de Angelica Kauffman, c. 1774, justo antes de su matrimonio con el duque de Devonshire.
Georgiana, duquesa de Devonshire, por Sir Joshua Reynolds, c. 1775
La duquesa de Devonshire por Joshua Reynolds, c. 1780–81
La duquesa de Devonshire por Thomas Gainsborough, 1783
Georgiana como Cynthia (otro nombre de la diosa Diana), de Maria Cosway alrededor de 1782
La duquesa de Devonshire por Joshua Reynolds, 1786
Giacomo G. Ferrari, de su autobiografía, c. 1830
Partitura de Ferrari de la canción de Devonshire, que aparece en el libro de Mungo Park

El fuerte viento rugía, la lluvia caía rápida, el hombre blanco cedió a la ráfaga; se sentó debajo de nuestro árbol, porque estaba triste, desfallecido y cansado, y, ¡ay!, sin esposa, o los cuidados de una madre, que preparen para él la leche o el maíz.

El hombre blanco compartirá nuestra misericordia; ¡ay! sin los cuidados de la madre o de la esposa, que preparen para él la leche o la borona.

La tormenta ha terminado, la tempestad ha pasado; y la voz de la misericordia las ráfagas han silenciado, el viento se escucha en susurros tenues; el hombre blanco partir lejos debe, pero siempre en su corazón guardará, de los cuidados del negro, su remembranza.

Ve, hombre blanco, ve; pero contigo guardarás, nuestras oraciones y buena voluntad; de los cuidados del negro, su remembranza.

Versión rimada de la canción original que escuchó Mungo Park, escrita por la duquesa de Devonshire, a la que puso música el compositor napolitano Giacomo G. Ferrari, que apareció al final de su libro con una nota de agradecimiento.

Georgiana Cavendish, duquesa de Devonshire (7 de junio de 1757 - 30 de marzo de 1806), aristócrata de gran influencia social e icono de la moda, contribuyó a la política, la ciencia y la literatura. Nacida en la familia Spencer, estuvo casada con William Cavendish, quinto duque de Devonshire. La duquesa se hizo famosa por su carisma, belleza, arreglo matrimonial inusual, aventuras amorosas y su adicción al juego, lo que la llevó a acumular una inmensa deuda. Era tía tatarabuela de Lady Di, princesa de Gales, cuyas vidas han sido comparadas.

Sobre las dunas
Claridad
Río Joliba
Río Joliba
Atardecer
Después de la lluvia
Claro de luna
Pescadores
Lavanderas
Nocturno
Obras de Irene López de Castro. Si estáis interesados en el libro @memoriasdelrioniger de @Irenelopezdecastroart o en sus cuadros (o reproducciones de alta calidad), podéis contactarla en: https://irenelopezdecastro.com/contacto/?lang=es

Al día siguiente, un mensajero del rey le preguntó a Mungo si había traído regalos para él. Quedó decepcionado al saber que los moros se lo habían robado todo, y le dijo que esperase hasta la tarde; cuando, en efecto, llegó un nuevo emisario con una bolsa en las manos. Era del agrado del rey Mansong, le anunció, que partiera de inmediato y le enviaba cinco mil cauríes para que pudiera comprar provisiones en el curso de su viaje; y añadió que, si su intención era llegar a Djenné, tenía órdenes de acompañarle hasta Sansanding. Por la conversación que mantuvo con él, Mungo creyó que Mansong le habría admitido de buena gana en su presencia, si no fuera porque temía no poder protegerle de los moros, por lo que juzgó su conducta prudente y generosa: a pesar de sus maquinaciones, al rey le bastó que un hombre blanco se encontrara en sus dominios en estado de extrema miseria, para obrar con magnanimidad, sin esperar a recibir sus súplicas.

Las circunstancias en las que él apareció en Segú bien podían generar la sospecha de que ocultaba el verdadero motivo de su viaje. Mungo pensó que era probable que, cuando le dijeron que había venido desde tan lejos, expuesto a toda clase de peligros, para contemplar el río Joliba, preguntaría, como lo hizo su emisario: ¿No hay ríos en su país?

Casa de Djenne
Día en Djenne
Noche en Djenne
Mujer en el mercado
Madre e hijo tuareg
Azoteas
Obras de Irene López de Castro. Si estáis interesados en el libro @memoriasdelrioniger de @Irenelopezdecastroart o en sus cuadros (o reproducciones de alta calidad), podéis contactarla en: https://irenelopezdecastro.com/contacto/?lang=es




La sal del desierto del Sahara era uno de los principales bienes comerciales de la antigua África occidental, donde se encontraban muy pocos depósitos naturales. Transportada en caravanas de camellos, la sal llegó a los centros comerciales de Koumbi Saleh, Niani y Tombuctú, donde se intercambiaba por marfil, pieles, cobre, hierro y oro en polvo. De hecho, la sal era un bien tan preciado que en algunas partes de África occidental valía literalmente su peso en oro.

Obligado a abandonar Segú, le condujeron hasta un pueblo a siete millas al este, donde su nuevo guía conocía a algunos habitantes. A Mungo le parecía la lengua bambara una especie de mandingo «corrompido» y no le costaba entenderlo y hablarlo. El guía le advirtió que en Djenné, la mayoría de sus habitantes eran bushreen (musulmanes); y su gobernador, designado por Mansong, profesaba la misma religión. Entendió que corría serio peligro de caer por segunda vez en manos de hombres que «considerarían no sólo justificable, sino meritorio» destruirle. Es más, el peligro aumentaría a medida que avanzara en su viaje, porque más allá de Djenné la influencia de los moros era aún mayor, y Tombuctú, el gran objeto de su búsqueda, estaba en posesión de ellos. 

Sin embargo, consideró que había avanzado demasiado para pensar en regresar al oeste y decidió continuar. Después de atravesar varias aldeas de pescadores, llegaron a Sansanding, una ciudad con más de ocho mil habitantes, frecuentado por moros, que traían sal, cuentas y corales desde el Mediterráneo para cambiarlos por polvo de oro y telas de algodón.



Obras de Irene López de Castro. Si estáis interesados en el libro @memoriasdelrioniger de @Irenelopezdecastroart o en sus cuadros (o reproducciones de alta calidad), podéis contactarla en: https://irenelopezdecastro.com/contacto/?lang=es

Sansanding a finales de la década de 1890
Ahmadu Tall, faama de Segou atacando Sansanding (1863)
Faama Mademba Sy, rey de Sansanding (1907)
François-Edmond Fortier (fotógrafo), Mademba-Si, Fama de Sansanding, prestó grandes servicios durante la ocupación de Sudán por los franceses.
Mamadou Racine y su esposa en 1889 - primer oficial de los Tirailleurs (fusileros) senegaleses


SANSANDING, RESIDENCIA DEL FAMA MADEMBA-SI.
Sansanding 
Se dirigieron hacia la casa del dooty (jefe), un anciano llamado Counti Mamadi, donde se alojarían; lo hicieron por un camino discreto que discurría entre el pueblo y el río. Los negros tomaron a Mungo Park por moro, por lo que pasó desapercibido algún tiempo, pero un verdadero musulmán se dio cuenta y, a voz en grito, consiguió reunir a varios de sus correligionarios. Cuando llegó a la casa de Mamadi, estaba rodeado por cientos de personas que hablaban varios dialectos ininteligibles. Con la ayuda de su guía, comprendió que varios de ellos aseguraban haberle visto en otro lugar. Era evidente que le confundían con otra persona, y pidió que indicaran la dirección del lugar donde le habían visto. Señalaron hacia el sur, por lo que creyó probable que vinieran de Cape Coast, donde habrían visto a muchos hombres blancos. Este hecho confirmaba la relativa facilidad con la que se movían los hombres y mujeres de aquellas tierras entre la costa y el interior, no solo las cáfilas de esclavos, sorteando los peligros y enfermedades que asolaron su segunda expedición.

Oración en la Mezquita, Jean-Léon Gérôme, 1871
JEAN-LÉON GÉRÔME | ORACIONES EN LA MEZQUITA, fecha desconocida
Jean-Léon Gérôme - Oración de la tarde, El Cairo (1865)
RUDOLF ERNST | LA MEZQUITA DE RÜSTEM PASHA, CONSTANTINOPLA
Oración en la Mezquita de El Cairo, FA Bridgman / 1876
Auguste Veillon: Oraciones de la mañana (sin fecha)
Ludwig Deutsch - La oración de la mañana, 1906
Giuseppe Carosi (1883 – 1965)
Jacques Majorelle (Francés, 1886-1962)
Interior de la Mezquita de Córdoba, 1838. David Roberts 

Los moros obligaban a los negros a mantenerse a distancia, e insistieron en que Mungo Park debía repetir sus oraciones; y cuando trató de eludirlo diciéndoles que no hablaba árabe, uno de ellos, un jeque de Tuat, en el Gran Desierto, juró sobresaltado por el profeta que, si se negaba a ir a la mezquita, él mismo le llevaría a la fuerza. La amenaza se habría cumplido si no hubiera intervenido su anfitrión. Les dijo que era un protegido del rey y que no podía verle maltratado mientras estuviera bajo su amparo; les pidió que le dejaran solo durante la noche y les aseguró que por la mañana saldría a ocuparse de sus asuntos. Esto aplacó el clamor, pero le obligaron a subir a un asiento elevado junto a la puerta de la mezquita, para que todos pudieran verle, porque la gente se había reunido en tal número que era ingobernable, trepando al tejado de las casas, y apretándose unos a otros, como los espectadores de una ejecución.

Representación del episodio del Sermón del Monte en el que, según el Evangelio de Mateo, Jesús de Nazaret dio a conocer la oración del padrenuestro, Carl Heinrich Bloch, 1877
El Padrenuestro (Le Pater Noster), de James Tissot, 1850
Sermón del Monte.  1912. Rudolf Yelin
Jesús predicando en la montaña, Gustave Doré, c. 1870
Paisaje con el sermón de la montaña, de Claude Lorrain, 1656
El Sermón de la Montaña, de Jan Brueghel el Viejo. 1598
El Sermón de la montaña y la curación del leproso es un fresco atribuido a Cosimo Rosselli, realizado entre 1481 y 1482 y que forma parte del registro medio de la Capilla Sixtina en el Vaticano
Fresco sobre El Sermón de la Montaña, de Fra Angelico, 1450
El fresco de la cúpula de la iglesia parroquial de Lichtental muestra las siete peticiones del Padrenuestro, siglo XVIII
Icono del Padre Nuestro, Rusia, principios del siglo xix, 1813

A la puesta del sol, condujeron a Mungo a una pequeña choza, con un pequeño patio delante, cuya puerta cerró el dooty, para evitar que nadie le molestara. Pero los moros saltaron el muro de adobe y entraron en masa al patio, para verle realizar sus «oraciones vespertinas y comer huevos». Se negó a lo primero, pero no tuvo inconveniente en lo segundo. Su anfitrión le trajo siete huevos de gallina y se sorprendió al ver que no podía comerlos crudos, porque prevalecía entre estas gentes la idea de que los europeos subsisten casi por completo con esta dieta. Cuando logró persuadir al dooty de que esta creencia carecía de fundamento y de que comería con gusto cualquier alimento, este ordenó sacrificar una oveja y cocinarla para su cena. Cerca de medianoche, cuando los moros habían desaparecido, volvió el «anciano hospitalario», y con mucha seriedad le dijo: «Si el saphie de un moro es bueno, el de un hombre blanco debe ser mejor». Le acercó una pluma de caña, tinta hecha con un poco de carbón y agua de resina y una tablilla. Mungo, de buena gana, le proporcionó uno, «que poseía todas las virtudes que podía concentrar», pues contenía el padrenuestro.

La jirafa nubia, anónimo, hacia1827
William Cornwallis Harris, 1840
Circo Barnum & Bailey del siglo XIX La única jirafa bebé en América
Retrato de jirafa, 1827 (grabado en color) de Abraham Bruiningh vanWorrell 
William Skilling (1862–1964). Jirafa bebiendo agua de su asistente nubio
Rembrandt van Rijn, Una leona devorando un pájaro, acostada con la cabeza hacia la izquierda , ca. 1637

Wilhelm Kuhnert (alemán, 1865-1926), león
Mungo Park se encuentra con un León, 1825, Dalziel Brothers

Cabalgaron a través del bosque con gran prudencia, pues abundaban los leones en esa parte del país y atacaban con frecuencia a la gente. En un momento dado, su caballo dio un respingo, pero se trataba de un camelopardo (Jirafa). Poco después, mientras atravesaban una gran llanura con algunos arbustos dispersos, su guía, que se había adelantado, hizo girar a su caballo en un momento, gritando en mandinga «¡Wara billi billi!» (¡Un león muy grande!), y le hizo señas para que se alejara. Mungo Park, al no ver nada, pensó que su guía se había equivocado, cuando este se llevó la mano a la boca y exclamó «Soubah an allahi» (¡Dios nos guarde!) y, para su sorpresa, vio entonces un enorme león rojo, a poca distancia del arbusto, con la cabeza apoyada sobre sus patas delanteras. Esperaba que saltara sobre él, pues se hallaba a su alcance, e instintivamente sacó los pies de los estribos y bajó del caballo, pensando que atacaría al animal antes que a él, pero les permitió pasar tranquilamente. «Es probable que el león estuviera saciado. Mis ojos estaban tan clavados en este soberano de las bestias que me resultó imposible apartarlos hasta que estuvimos a una distancia considerable», escribió.

© Todos los derechos reservados


Comentarios

Entradas populares de este blog

El misterio del río Níger y Tombuctú

Holland House

HMS Endeavour