Desconocido, El gran diluvio (c 1450-1499)
Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni (1475-1564) El gran diluvio (c 1509)7
Joachim Wtewael (1566–1638), El gran diluvio (1595)
Adam Elsheimer (1578-1610), El gran diluvio (c 1600)
Nicolas Poussin (1594–1665), Invierno (Flood) (c 1660-1664)
John Martin (1789–1854), El diluvio (1834)
Paul Merwart (1855-1902), The Flood
Léon Comerre (1850–1916), El diluvio de Noé y sus compañeros (1911)
Margret Hofheinz-Döring (1910-1994), El diluvio (1962)
Adi Holzer (n. 1936), The Flood (from the Noah Cycle) (1975)
Thomas Cole (1801–1848), El descenso de las aguas del diluvio (1829)
Joseph Mallord William Turner (1775–1851), La mañana después del diluvio (c 1843)
Las lluvias se habían presentado con toda su violencia, los
arrozales y los pantanos estaban desbordados y, en unos días, todo traslado, a
menos que fuera por el río, resultaría imposible. Con los pocos cauríes que le
quedaban no podía alquilar una canoa para recorrer una gran distancia, y las
esperanzas de subsistir de la caridad eran escasas.
Temió que de avanzar más quedaría a merced de unos
«fanáticos despiadados» y sacrificaría su vida en vano, pues sus
descubrimientos se perderían. La perspectiva de cualquier manera era sombría,
el regreso a Gambia significaba un viaje a pie de cientos de millas, por una
ruta diferente para evitar un nuevo encuentro con el rey de Ludamar, a través
de regiones y países desconocidos. Sin embargo, le pareció la única
alternativa. En su libro pidió a sus lectores que reconocieran que su decisión
había sido acertada; sin embargo, creo que Mungo Park nunca se perdonó a sí
mismo haberla tomado.
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Rubens "La Caza Del León", 1621

Rubens "Daniel En El Foso De Los Leones", c 1615
Peter Paul Rubens. Lion, ca. 1612-1613
Eugene Delacroix - "León tumbado"
George Stubbs "León Atacando A Un Caballo"
Rosa Bonheur "Leona", 1879
Rosa Bonheur "El León Que Mira Hacia Afuera", 1870s
Henri Rousseau "El Gitano Dormido", 1897
Henri Rousseau. La comida del león, 1907
Ilustración del libro de Mungo Park, escena descrita
Mungo Park continuó su camino por la orilla del río, a través de una región populosa y bien cultivada. Atravesó varias aldeas en las que le tomaron por moro. Cuando llegó a un pueblo llamado Song, sus habitantes no le permitieron atravesar la puerta del vallado. Como los leones abundaban por las inmediaciones, resolvió acostarse debajo de un árbol cerca de la puerta. Por la noche escuchó el rugido hueco de un león e intentó abrir la puerta, pero le dijeron que nadie debía entrar sin permiso del dooty. Les rogó que le informaran y esperó la respuesta con ansiedad. Escuchó «susurrar la hierba» bajo las patas del león que seguía merodeando y trepó al árbol. Al cabo de dos horas, apareció el dooty y le abrieron la puerta. Dijeron que se habían convencido de que no era moro al esperar tanto tiempo sin maldecirles.
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En una aldea llamada Suha, el dooty (jefe) se negó a vender maíz a Mungo Park, tampoco le ofreció comida. Su rostro ceñudo y su mirada torva guardaban para sí la causa de su displicencia.
Llamó a un esclavo que trabajaba en los maizales y le ordenó que se acercara con su azada, le señaló un lugar cercano y le pidió que excavara un hoyo. Mientras el esclavo ahondaba en la tierra, el dooty no paró de murmurar y de hablar solo hasta que el hueco estuvo terminado; momento en el que pronunció varias veces las palabras dankatoo (no sirve para nada) y jankra lemen (una verdadera plaga).
Park creyó que se refería a él y como el agujero tenía aspecto de tumba, le pareció prudente montar su caballo y marcharse. Antes de hacerlo, el esclavo, que había ido a la aldea, regresó con el cadáver de un niño. El negro tomó el cuerpo por una pierna y un brazo y lo arrojó al hoyo con una «indiferencia salvaje».
Mientras se cubría el cuerpo con tierra, oyó al dooty repetir la expresión naphula attiniata (dinero perdido), por lo que dedujo que el chico había sido también uno de sus esclavos.
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Fotografías de prensa sobre la esclavitud infantil en el siglo XXI, firmadas entre otros por Steve McCurry, Robb Kendrick, Daniel Rosenthal, Ana Palacios y María Eugenia Díaz.
Desde que Mungo Park realizara su primer viaje, a finales del siglo XVIII, poco ha cambiado en la explotación infantil en todos los continentes.
The Slave Trade, hacia 1833, Auguste François Biard
Retrato de una negra, Marie-Guillemine Benoist, 1800
Fabrés y Costa, Antonio María, La esclava (c. 1886)
El esclavo de JW Waterhouse, 1872
La esclava, Henri Regnault (francés, 1843-1871)
Juan Gabriel Stedman, Castigo de dos esclavas negras, 1811
William Blake, Flagelación de una esclava samboe, 1793 (basado en el anterior)
Tres jóvenes esclavizadas en África, encadenadas por el cuello, escoltadas por un camino por dos traficantes de esclavos armados. Catón Smith
Comerciantes de esclavos blancos marcando a esclavas africanas capturadas, grabado, 1859
Ilustración de una esclava siendo marcada, del libro The Negro in American history, 1914
Antes del amanecer, los miembros libres de la cáfila desayunaron moening (gachas). También se ofreció a los esclavos menos capaces de soportar las fatigas del día. Una joven esclava, de nombre Nealee, se negó a beberlas malhumorada. Después de viajar toda la mañana a través de un terreno rocoso, Nealee empezó a quejarse de dolores en las piernas y a quedarse atrás. Le quitaron su carga y se la dieron a otro esclavo.
Cuando descansaban junto a un pequeño riachuelo, un enjambre de abejas atacó a todos, libres y esclavos. Cuando las abejas desistieron en perseguirles e hicieron recuento, Nealee no aparecía. La encontraron tendida junto al arroyo, se había arrastrado hasta allí con la esperanza de defenderse de las abejas con el agua, pero le picaron de manera terrible.
Le sacaron los aguijones que pudieron, la frotaron con hojas machacadas y la lavaron; pero Nealee se negó a seguir adelante. Tras las amenazas, llegó el látigo; se puso en pie y caminó varias horas. Trató de huir, pero estaba tan débil que cayó rendida. La azotaron por segunda vez. Los comerciantes de esclavos, que no estaban dispuestos a renunciar a su valor en el mercado de Gambia, la colocaron sobre una camilla improvisada hecha con cañas de bambú, la ataron con tiras de corteza y la llevaron sobre sus cabezas dos esclavos hasta que oscureció y se detuvieron a pasar la noche.
Al día siguiente, la colocaron sobre el lomo de un asno como si fuera un cadáver, atando sus manos debajo del cuello del animal y sus pies por debajo de su vientre, pero el asno la tiró al suelo con facilidad. Comenzó a oírse un grito generalizado entre los miembros de la caravana: Kang-tegi, kang-tegi (Cortadle el cuello, cortadle el cuello). Otro esclavo se quedó con ella. La cáfila no había avanzado una milla, cuando apareció de nuevo el esclavo con la ropa de Nealee y exclamó Nealee affeeleeta (Hemos perdido a Nealee). La había dejado desfallecida en el camino, donde no tardaría en ser devorada por las fieras.
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Talismán de Carlomagno encontrado en su cuerpo cuando se abrió su tumba (siglo IX)
Djed, wadj y figuras de dioses; amuletos hechos de loza egipcia (600-500 AC)
Amuleto de la época de La Tène (450-15 a. C.)
Amuleto de ámbar con espiga de trigo, época romana (69-96 d.C.)
Talismán El tercer sello, 6 y 7 Libro de Moisés
Camisa talismánica, siglo XV-principios del XVI, norte de la India
Una selección de omamori , amuletos japoneses
Amuletos budistas en Tailandia
Antigua caja talismán auténtica de Marruecos
Amuleto egipcio del Reino Medio que representa una tilapia del Nilo (c. 1500)
Amuleto judío, grabado a mano con el salmo 67
Talismán islámico grabado con una cita del Corán , siglo VII u VIII d.C.
Mohara Ody (Madagascar), c. 1897
Amuleto bereber hamsa o "Mano de Fátima" en plata, Marruecos, principios del siglo XX
Talismán hebreo
En Kulikoro, una ciudad con un importante mercado de sal, Mungo Park se alojó en casa de un nativo de Bambara que había sido esclavo de un moro. Aquel hombre había obtenido su libertad tras hacerse musulmán y morir su amo; y se había establecido allí, dedicado al comercio de sal y de telas de algodón. Mantenía la creencia supersticiosa de los saphies (talismanes) y hechizos embebida en su niñez y, cuando supo que era cristiano, le ofreció una cena de arroz si le escribía uno. Sacó una tablilla de escritura, y dado lo apetecible de la propuesta, Park le escribió la tablilla entera, por ambos lados. Su anfitrión, para asegurar la fuerza del encantamiento, lavó la escritura en una calabaza con un poco de agua, y después de rezar varias oraciones, se bebió este «poderoso trago» y lamió la tablilla hasta dejarla seca.
La noticia de que era un escritor de saphies llegó al dooty, quien envió a su hijo con media hoja de papel para que le escribiera un naphula (un talismán para procurar riqueza), a cambio de leche y harina. Cuando mi padre terminó el saphie y lo leyó en voz alta, el hijo del dooty quedó tan satisfecho que prometió traerle por la mañana un poco más de leche para su desayuno. Después de cenar, se acostó sobre una piel de buey y durmió plácidamente hasta la mañana.
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Mungo partió acompañado de dos pastores que iban hacia Sibidulu. El camino era empinado y rocoso, y, como su caballo se había lastimado las patas, viajaba despacio y con gran dificultad. Los pastores se adelantaron una distancia considerable. Cuando se detuvo a beber un poco de agua en un riachuelo, escuchó varias voces y un fuerte grito. Supuso que un león había atacado a uno de los pastores, y montó su caballo para cerciorarse. Al acercarse, vio a uno de ellos tendido en el suelo; este le susurró que se detuviera, porque unos hombres armados se habían apoderado de su compañero y le habían disparado mientras huía. A poca distancia pudo distinguir las cabezas de los hombres y los cañones de sus mosquetes. Se acercó, uno de ellos le ordenó desmontar y, luego, de manera inexplicable, «como si recobrara el ánimo», le hizo señas para que siguiera.
Continuó hasta cruzar un profundo riachuelo, y de nuevo oyó una algarabía, corrían detrás de él gritándole que retrocediera. Apenas le alcanzaron, dijeron que el rey de la nación fula los había enviado para llevarle a Fuladu. Al llegar a un bosque, uno de ellos dijo en mandinga «este lugar servirá» y le arrebató el sombrero; otro sacó su cuchillo, cortó el botón de metal que quedaba en su chaleco y se lo guardó. Park pensó, con acierto, que cuanto más facilitara el robo menos tendría que temer, y no ofreció resistencia. Le desnudaron casi por completo. Mientras examinaban el botín, les rogó que le devolvieran su brújula, que estaba en el suelo; al señalarla, uno de los bandidos amartilló su mosquete y juró que le mataría si se atrevía a tocarla. Antes de marcharse, tuvieron el gesto humanitario de devolverle la peor de sus camisas, un pantalón y su sombrero, donde guardaba las hojas de su diario.
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Fotografías del pueblo fula.
Arte africano: figuras ecuestres
Los animales aparecen con frecuencia en el arte tradicional africano, pero rara vez se eligen al azar como simples representaciones del mundo natural. Pueden servir como accesorios que indican estatus, como el caballo, que era un animal caro que además eleva a su jinete por encima de los demás. Los pueblos que habitaban el extremo sur del desierto adquirieron caballos del norte de África. El caballo era especialmente útil en la guerra. Los caballos daban a sus líderes una ventaja militar sobre los pueblos vecinos. Mostrar una figura encima de un caballo es un indicador común de un gran guerrero, incluso cuando los caballos eran raros en el área y, por lo tanto, desconocidos para el artista. Donde los caballos eran conocidos, como el uso de la caballería por parte de los Oyo Yoruba o los bereberes nómadas, la primacía de los seres humanos se traslada a la relación de escala entre el hombre y el equino, en la que la figura humana empequeñece al animal. En estas figuras ecuestres, el caballo es una presencia simbólica pero reconocible.
Algunos ejemplos del arte de los pueblos Edo, Dogon, Senufo; de Costa de Marfil, Benin, Mali, cerca del delta del Níger y de su tramo medio.
#arteafricano #figurasecuestres #artesaníadogon #artesaníaedo #artesaníasenufo #artesaníadecosttademarfil #artesaníadebenin #artesaníademali
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Ben Nevis, la montaña más alta de Escocia
Masas de musgo en el suelo y la base de los árboles en el Bosque Nacional Allegheny, Pensilvania, Estados Unidos
Musgo que crece a lo largo de filtraciones y manantiales en roca basáltica recién depositada, Islandia.
Un fresco bosque de musgo de gran altitud/latitud
Musgo que crece a lo largo del arroyo desde un manantial kárstico
"Muscinae" de Kunstformen der Natur de Ernst Haeckel , 1904
Musgo con esporofitos sobre ladrillo
Esporofitos jóvenes del musgo común Tortula muralis (musgo de pared)
Una mancha de musgo que muestra gametofitos (las formas bajas, parecidas a hojas) y esporofitos (las formas altas, parecidas a un tallo)
Bristly Haircap moss, un invierno nativo de los páramos de Yorkshire Dales
Musgo en un muro de hormigón
Densas colonias de musgo en un fresco bosque costero
Moss coloniza una colada de basalto en Islandia
Hoja de musgo bajo microscopio, que muestra gemas y una punta de pelo
Ilustración del momento en el que Mungo encontró aquel musgo
Cuando se fueron los asaltantes, Mungo se sentó y miró a su alrededor con asombro y terror: «Me vi en medio de una inmensa sabana, en plena estación de las lluvias, semidesnudo y solo, rodeado de animales salvajes y hombres aún más salvajes». Se encontraba a quinientas millas del asentamiento europeo más cercano. Todas estas circunstancias se agolparon en su mente y empezó a fallarle el ánimo. Creyó su destino inexorable, sin otra alternativa que reclinarse y perecer. En ese momento, captó su atención la belleza de un pequeño musgo: «Aunque la planta no era mayor que la última falange de mi dedo meñique, no pude contemplar la delicada forma de sus raíces, hojas y cápsula sin admiración». Aquella imagen le indujo a preguntarse si aquel Ser que había plantado, regado y perfeccionado algo de tan poca importancia como ese musgo, podría mirar con despreocupación el sufrimiento de las criaturas hechas a su imagen y semejanza. Reflexiones como estas le rescataron de su desesperación. Se levantó y, sin ceder ante el hambre y la fatiga, avanzó, seguro de que el alivio estaba cerca. Al poco tiempo llegó a una aldea, en cuya entrada encontró a los dos pastores que le habían acompañado. Se sorprendieron al verle, convencidos de que habría sido asesinado.
No cabe duda de que el amor de Mungo Park por la botánica y su fe le salvaron en aquella ocasión la vida.
#traslashuellasdemungo #musgos #tierrasaltasdeescocia #bennevis
#botánica #fecristiana #mungopark #africaoccidental
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Imágenes de las montañas de las Highland donde Mungo Park y su cuñado James Dickson buscaban plantas; de diferentes clases de musgos; e ilustración del momento en el que Mungo encontró aquel musgo.

Un mosquito Anopheles stephensi poco después de obtener sangre de un humano
Niño con malaria en Etiopía
Micrografía electrónica coloreada que muestra el parásito de la malaria (derecha, azul) adherido a un glóbulo rojo humano
Principales síntomas de la malaria
El ciclo de vida de los parásitos de la malaria
Micrografía de una placenta de una muerte fetal debido a malaria materna
Formas de anillo y gametocitos de Plasmodium falciparum en sangre humana
Micrografía electrónica de un glóbulo rojo infectado por Plasmodium falciparum (centro)
Un anuncio de quinina como tratamiento contra la malaria de 1927
Cartel de la segunda guerra mundial para mentalizar sobre la importancia de dormir con mosquitera
Miembros de la Comisión de Malaria de la Sociedad de Naciones recogiendo larvas en el delta del Danubio
Hombre rociando aceite de queroseno en agua estancada, Zona del Canal de Panamá , 1912
Clínica de malaria en Tanzania
Marines estadounidenses con malaria en un hospital de campaña de Guadalcanal , octubre de 1942
Muertes por malaria por millón de personas en 2012 0–0 1–2 3–54 55–325 326–679 680–949 950–1.358
Madres e hijos en condiciones de pobreza extrema
A finales de agosto Mungo llegó a Wonda, un pequeño pueblo amurallado con una mezquita. El mansa, mahometano, era además el maestro y le ofreció el cobertizo abierto que servía de escuela para alojarse. Echaba en falta la ropa robada, los harapos que llevaba encima no le protegían del sol durante el día, ni del rocío y los mosquitos por la noche; su camisa estaba tan gastada que parecía un trozo de muselina. Lavó la camisa, la extendió sobre un arbusto y se sentó a la sombra, hasta que se secó. Desnudo, sufrió un ataque de fiebre virulento y no disponía de medicinas. Desde el comienzo de la temporada de lluvias, su salud se había resentido y eran frecuentes unos ligeros paroxismos de fiebre, pero desde que salió de Bamako los síntomas habían aumentado. Tuvo fiebre alta los nueve días que permaneció en Wonda.
Durante su estancia, tuvo ocasión de comprobar cómo la escasez de víveres afectaba severamente a los pobres. Al anochecer, cinco o seis mujeres acudían a la casa del mansa y recibían cierta cantidad de maíz. Cuando preguntó al mansa si lo hacía por generosidad o esperaba que se lo devolvieran en el futuro, este señaló a un niño de unos cinco años y le contestó: «Su madre me lo ha vendido por cuarenta días de provisiones para el resto de su familia». ¡Cuánto debe sufrir una madre para llegar a vender a su propio hijo!, pensó Park. Cuando las mujeres regresaron la noche siguiente, le pidió al niño que señalara a su madre. Estaba escuálida, pero no observó nada «cruel o salvaje» en su semblante; y cuando hubo recibido su maíz, fue a hablar con su hijo «con tanta alegría como si todavía estuviera bajo su cuidado».
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A principios de septiembre, llegaron dos personas de
Sibidulu, trayendo su caballo y su ropa; su brújula de bolsillo apareció hecha
pedazos. Para colmo, al día siguiente, mientras el caballo de Mungo pastaba
cerca del borde de un pozo, el suelo cedió y cayó dentro. Los habitantes de la
aldea, después de enlazar varios mimbres, bajaron a un hombre al pozo, que ató
los mimbres al cuerpo del caballo y lograron sacarlo. A mi padre le sorprendió
la facilidad con la que lo subieron, pero es que el pobre animal era ya un
esqueleto. Dado que no era aconsejable viajar con él, se lo regaló a su
anfitrión, y le pidió que enviara la silla y las bridas al mansa de Sibidulu. Al
despedirse, el mansa de Wonda le regaló su lanza y una bolsa de cuero para
guardar su ropa. Convertidas sus botas en sandalias, viajó con más comodidad.
Atravesó varias aldeas, donde la escasez de maíz era evidente y todas las
personas parecían estar hambrientas.
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El día 18 de septiembre de 1796 Mungo Park llegó a Kamalia, un pequeño pueblo situado al pie de unos cerros rocosos, donde sus habitantes extraían oro en cantidades considerables. Le condujeron a la casa de un bushreen (mahometano) llamado Karfa Taura. Estaba reuniendo una cáfila de esclavos, para venderlos a los europeos en Gambia, tan pronto como terminaran las lluvias. Lo encontró en su cercado, rodeado de varios slatees (comerciantes de esclavos) que querían unirse a la cáfila. Les estaba leyendo un libro árabe y le preguntó a Mungo si lo entendía. Al recibir una respuesta negativa, pidió a uno de los slatees que le entregase un libro que había traído del oeste. Al abrirlo, mi padre se sorprendió al descubrir el Libro de Oración Común; y Karfa se alegró al saber que podía leerlo, porque algunos slatees, al observar el color amarillento de su piel, por su enfermedad, su barba larga, sus harapos y su extrema pobreza, no admitían que fuera un hombre blanco y sospechaban que era un árabe disfrazado.
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Vista de Kamalia en el país Mandingo, África, de Mungo Park, Viajes por las regiones del interior de África, 1.ª edición, Londres, Blumer, 1799
Ni la generosidad de Karfa Taura, ni las comodidades
pudieron detener la fiebre de Mungo Park, cada día más alarmante, que le
debilitaba. Al tercer día de su llegada, cuando fue con Karfa a visitar a
algunos de sus amigos, se encontró tan endeble que apenas podía caminar, y
antes de llegar se tambaleó y cayó a un pozo. Karfa le aseguró que, si
descansaba y evitaba mojarse, pronto mejoraría. Se confinó en su choza, pero
siguió atormentado por la fiebre durante las cinco semanas siguientes. A veces
podía arrastrarse fuera de la choza y sentarse al aire libre; la mayor parte de
ese tiempo no pudo levantarse y pasó largas horas «de manera sombría y
solitaria». Rara vez le visitaba otra persona que no fuera su «benevolente
anfitrión», que acudía todos los días a preguntar por su salud.
Cuando las lluvias se hicieron menos frecuentes y el campo
comenzó a secarse, su fiebre cesó, pero se encontraba tan débil que apenas se mantenía
erguido: «Con gran dificultad pude llevar mi estera a la sombra de un tamarindo
cercano, para gozar del olor refrescante de los maizales, y deleitar mis ojos
con la perspectiva del paisaje». «Gracias a la buena voluntad y los modales
sencillos de los negros, y la lectura atenta del librito de Karfa» recobró al
fin las fuerzas perdidas.
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A principios de diciembre llegó procedente de Segú un slatee de Serawoolli con cinco esclavos. Mientras conversaba con ellos, un esclavo le rogó a Mungo Park que le diera algo de comer.
―Soy un extranjero y no tengo nada para darte ―le dijo Mungo.
―Yo te di víveres cuando tenías hambre. ¿Has olvidado al hombre que te trajo leche en Karankalla? ―contestó el esclavo, y añadió con un suspiro―: ¡Pero entonces no tenía estas cadenas en mis piernas!
De inmediato, Mungo se acordó de él y le pidió a Karfa que le diera algunas nueces molidas. Le contó que el ejército de Bambara lo habían apresado en la batalla de Djoka y lo llevaron a Segú para venderlo. Los cuatro eran prisioneros de guerra y se dirigían a Kajaaga. Se quedaron cuatro días en Kamalia, en los que su amo se dedicó a propagar rumores maliciosos sobre Park, a los que Karfa no prestó la menor atención.
Pocos días después, Karfa se propuso completar su compra de esclavos y, acompañado por tres slatees, partió hacia Kangaba, una ciudad a orillas del Níger con un gran mercado de esclavos. La mayoría de los que se venden allí provienen de Bambara; porque el rey Mansong, para evitar el gasto y el peligro de tener todos sus prisioneros en Segú, los enviaba en pequeños grupos para venderlos en diferentes mercados. Cuando Karfa partió de Kamalia, tenía intención de regresar en un mes, y durante su ausencia Mungo Park quedó al cuidado de un viejo bushreen, maestro de los jóvenes de la ciudad.
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Llegaron a un pueblo llamado Manna. El jefe y parte de su
gente los acompañaron hasta un puente de bambúes flotante sobre las aguas
profundas del río Bafing, que les permitió cruzar sin dificultad. Mungo Park describió
la «singular» construcción de aquel puente: Ataban dos árboles altos por sus
copas, de manera que las raíces descansaran sobre las rocas y las copas
flotaran sobre el agua; los cubrían luego con bambúes secos, quedando una
pasarela inclinada en cada extremo. Lo más llamativo es que cada año la crecida
de las aguas del río arrastraba el puente durante la estación de las lluvias y
aquellos hombres volvían a construirlo en la temporada seca. A cambio de este
esfuerzo reiterado, esperaban de cada pasajero un pequeño tributo voluntario.
En las proximidades de una aldea llamada Koba, descubrieron
que faltaban un hombre libre y tres esclavos. Pensaron que los esclavos habían
huido tras asesinar a su amo y enviaron a varios hombres para recabar
información por donde habían pasado. El resto de la cáfila permaneció escondido
en un algodonal, cerca de un algarrobo africano ―que años después Robert Brown
llamaría Parkia biglobosa en honor a Mungo―, y nadie habló sino en
susurros.
Al día siguiente, avanzaron hasta un pueblo situado cerca de
un arroyo, donde decidieron esperar al mensajero. Como los nativos le
aseguraron que no había cocodrilos, Mungo Park se bañó en una zona donde el
agua le cubría; a pesar de que muchos quisieran disuadirle, porque no sabían
nadar.
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